El encuentro de los diversos mundos culturales propició un modelo de familia, fruto de la interacción de los distintos elementos en juego. Se produjo una íntima fusión de tradiciones americanas y castellanas, que generó una nueva sociedad, no india, pero tampoco española. Asimilada o repudiada la familia tradicional siempre tuvo un gran peso.
Aunque castellanos y americanos tenían conceptos propios y prácticas de convivencia tradicionales y aparentemente muy diferentes, no fue muy difícil armonizarlos. Unos y otros coincidían en ideas esenciales como la indiscutible autoridad paterna, la convivencia en grupos pequeños, compatible con la solidaridad de la parentela y la unidad familiar como núcleo. La aportación española a las formas familiares resaltó la importancia de los linajes de las casas señoriales y la espontánea solidaridad entre parientes de origen modesto. Estas características coincidían con la fuerza de los lazos familiares en la sociedad prehispánica, unos lazos que abarcaban a parientes consanguíneos o políticos e incluso allegados próximos con los que no existían vínculos de sangre. La familia amplia era compatible con la familia nuclear formada por los padres e hijos, y en ocasiones también por los abuelos. La integración entre ambas tradiciones no fue difícil y arraigaron, fruto de la mezcla, costumbres que eran nuevas para ambos mundos.
Pintura de mestizaje. De Yndia y Cambujo Tente en el Aire
En cualquier caso, los diversos grupos llegaron a formar modelos de familia distintos. Mientras que los españoles, criollos e indígenas destacaron por el alto grado de endogamia y de matrimonios, las castas, los mestizos y los indios hispanizados de las ciudades se caracterizaron más bien por la alta incidencia de nacimientos ilegítimos y de parejas que nunca llegaron a casarse.
Esta mutua interacción era un reflejo del fracaso de la Corona al tratar de establecer dos repúblicas separadas -la de españoles y la de indios-, un proyecto que no funcionó en la práctica. En el ámbito urbano, aunque se suponía que los indios vivían en barrios concretos de la traza de la ciudad, se mezclaban en esos mismos barrios con los españoles y mestizos pobres. También en el ámbito rural se conservaron las costumbres prehispánicas integradas, con gran naturalidad, con las costumbres cristianas. En cualquier caso, es importante tener claro que esa supuesta división no obedecía a un rechazo explícito a la integración, sino a una manera de salvaguardar las costumbres indígenas.
El propósito de formar la conciencia de familia se realizó entre los indígenas sobre todo entre los siglos XVI y XVII, en México a través de los hospitales-pueblos de México y Michoacán y en los pueblos establecidos por franciscanos y agustinos mediante las cofradías hospitalarias encargadas de sostener los pueblos bajo un sistema familiar rotativo. Allí las familias del poblado, una a una, iban sirviendo semanalmente en el hospital. Los hombres trabajaban las sementeras y las mujeres cuidaban a los enfermos. Después de la cena todos rezaban el rosario y repetían la doctrina cristiana para memorizarla. Las madres y sus hijas cosían e hilaban en ese momento para el hospital. También lo hacían las criollas en los estrados de sus casas.
Es innegable el papel de la mujer en la configuración de ese nuevo modelo. La familia, las relaciones de parentesco y las formas de ejercicio de la autoridad en el interior del hogar, fueron elementos fundamentales en la gestación del orden colonial. Ese orden que era teórica y legalmente homogéneo en todas las provincias de la Corona, dio lugar en la práctica a múltiples variantes de convivencia. A pesar de las dificultades de ejercer un control en territorios tan extensos, la realidad es que hubo un orden, existió un proyecto de organización social y se dieron varios modelos de relación que aseguraron la estabilidad política y el progreso económico. Las estructuras familiares y las formas de convivencia prestaron aliento a la economía, casi siempre conectada a intereses de parentesco. La organización familiar marcó su influencia tanto en los negocios y en la vida pública como en la práctica de la segregación y de la integración.
No se puede olvidar que el protagonismo de la mujer en la América colonial radica en su función de madre. En el campo del comportamiento familiar la impronta femenina fue decisiva y contribuyó a determinar las relaciones de poder en el interior de la familia. Tanto en la ciudad como en el campo las españolas, criollas e indias fueron impulsoras del cambio y conservadoras al mismo tiempo de la tradición, manteniendo un difícil equilibrio entre unas familias que se sentían desarraigadas de sus lugares de origen y el necesario proceso de adaptación a la nueva sociedad.